Capítulo 122
Nara no está dispuesta a mostrar debilidad en ningún momento. Por dentro, siente que el miedo la carcome lentamente, pero no va a dejar que esa mujer —la misma que la crió y la traicionó— vea ni una grieta en su coraje.
Permanece quieta, con la espalda erguida y las manos aún atadas, mientras la observa fijamente. Sus ojos están rojos por el golpe, la frente tiene un pequeño hilo de sangre, pero su expresión es desafiante.
—Deja de mirarme así —le espeta su madre con una mezcla de fastidio y superioridad—. Yo no soy la mala de la historia.
Toma el teléfono que descansa sobre la mesa de madera carcomida y lo sostiene con firmeza. —Si no te comportaras de forma tan altanera y me hubieses ayudado, esto no estaría pasando.
Nara no parpadea. Cada palabra de esa mujer le causa asco, no solo por lo que dice, sino por cómo lo dice, como si de verdad creyera tener la razón.
—Si quieres justificarte, no voy a detenerte —responde con calma, aunque por dentro su corazón late tan fu