Capítulo 121
Los ojos de Nara se abren con dificultad. El golpe en la cabeza la dejó aturdida; todo le da vueltas como si una nube densa se hubiese instalado detrás de sus párpados. No está consciente al cien por cien, pero hay cosas que no necesitan lucidez para ser entendidas: la certidumbre de que esto tiene que ver con su madre, que aquella mujer es capaz de cualquier cosa por proteger a Neida, y que si cree que Nara es culpable, entonces la hará pagar.
Tarda unos segundos en hacerse plenamente consciente del lugar: un auto, luces nocturnas que se deslizan por la ventanilla, el murmullo del motor. Mete la mano con cuidado debajo de su ropa y nota el alivio frío de la tela contra su vientre; el bebé está allí, vivo. Un hilo de sangre le corre por la sien; se lo toca y lo nota húmedo. Respira hondo, a pesar del mareo.
—¿Quién eres? —pregunta al hombre que conduce, con voz más rota de lo que quisiera.
El conductor no contesta de inmediato. Mira por el retrovisor y sus ojos apenas se