Los días comenzaron a tener un ritmo extraño, casi predecible, en la casa de mis padres. Me despertaba con el sol filtrándose entre las cortinas de mi antigua habitación, esa que aún conservaba algunos recuerdos de la adolescente que había sido: fotos descoloridas, un par de libros juveniles en los estantes y el aroma a madera vieja impregnado en las paredes. Ahora, cada mañana era distinta porque había una vida creciendo dentro de mí. Sentía el peso de mi vientre cada vez más evidente, y aunque había una dulzura nueva en ello, también cargaba con un vacío imposible de ignorar.
El silencio de Luca se había convertido en una herida que no dejaba de sangrar. Cinco meses habían pasado desde que dejé Italia y no había una sola llamada, ni un mensaje, ni siquiera un rumor que me diera alguna señal de que él seguía allí, respirando. Me aferraba al recuerdo de su voz grave, de sus manos firmes, de su manera de mirarme como si yo fuera lo único que importaba en el mundo… y me dolía imaginar q