El regreso a la mansión después de la visita al hospital estuvo marcado por un silencio espeso, casi sofocante. Luca mantenía su mano apretada sobre la mía durante todo el trayecto, como si temiera que me desvaneciera si me soltaba, pero su mirada estaba fija en la carretera, oscura, perdida en pensamientos que sabía no eran buenos. Yo también sentía ese nudo en el estómago: la amenaza de Bianca, Adriano y… Matteo pesaba sobre nosotros como una sombra ineludible.
Cuando llegamos, intenté respirar profundo, pero ni siquiera el aroma de los jardines logró calmarme. La tensión en el aire era demasiado densa, y me preocupaba lo que esa nube de rabia podía provocar en Luca. Quise sacarlo de ese estado antes de que se hundiera demasiado en él.
—Creo que ya es hora de quitarme este vendaje, ¿no crees? —le dije, señalando mi pierna.
Él me miró de inmediato, con esos ojos que siempre parecían leerme demasiado bien.
—Déjamelo a mí —respondió sin titubear.
Me senté en el borde de la cama mientra