La mañana amaneció extrañamente tranquila. El aire golpeaba suave contra la ventana, y por un momento, me permití pensar que quizá, solo quizá, todo podía ser normal. Luca había insistido en llevarme al hospital él mismo, y aunque al principio protesté porque estaba ocupado, no hubo forma de convencerlo. Cuando decía que iba a protegerme, lo decía en serio, incluso si eso significaba no despegarse de mí ni un instante.
El hospital era tal y como lo recordaba, aún guardaba mis malos recuerdos entre sus paredes, pero ahora, ya no se siente tan opresivo como antes. He comenzado a sanar y superar ese dolor. Lo que me gusta de este lugar es que no hay ruido de pasillos interminables ni curiosos intentando reconocer rostros. Todo estaba planeado para la privacidad. Ya en la consulta, me recosté en la camilla, y mientras el doctor revisaba con profesionalismo mi estado, yo sentía la mirada de Luca fija sobre mí, intensa, casi posesiva.
—El embarazo va muy bien —dijo el médico después de re