El sol entraba por la ventana de la estética como una bofetada cálida y desagradable. Me senté frente a la máquina de café, los ojos medio cerrados, con el uniforme arrugado y el cabello todavía húmedo del apurado baño matutino.
Era martes. Otro martes común. Otro día para fingir que la vida tenía algún tipo de orden. Aunque al menos, hoy el día no había empezado agitado, habían pocas clientas y podía tomarme un descanso.
—¿No dormiste bien? —Clara me ofreció una taza de café mientras se acomodaba el uniforme—. Tienes cara de haber peleado con tus demonios otra vez.
—No dormí —confesé, envolviendo la taza entre mis manos como si el calor pudiera calmarme—. Y no fue con mis demonios. Fue con la realidad.
—¿Es por lo de la clínica?
Asentí, sin mirarla. Había sido demasiado… todo. Verlo. Sentirlo. Sobrevivir a su mirada. Aunque ese detalle no se lo conté a Clara.
—¿Crees que te elegirán?
Solté una risa sin humor. Seca.
—Claro que no. Hay mujeres más jóvenes, más sanas, c