Abrí los ojos lentamente, con el cuerpo aún adolorido y exhausto por lo que había pasado la noche anterior. La habitación estaba impregnada con un perfume que ya reconocía como suyo: humo, madera, un matiz de pólvora y la esencia tan particular de Luca que parecía impregnar hasta las paredes. Me costó unos segundos recordar que no había sido un sueño. Había sido real. Sus manos, sus labios, su voz quebrándome en susurros posesivos. Había sido real la manera en que me había llenado una y otra vez, hasta que me derrumbé entre sus brazos.
Y ahora, al despertar, no quedaba más que el silencio.
Me giré lentamente, buscando con la mirada al hombre que había desatado ese huracán dentro de mí. No estaba en la cama, pero sí en la habitación: de pie frente a la ventana, con una camisa blanca apenas abrochada y el cabello húmedo aún, como si acabara de salir de la ducha. Su espalda ancha se recortaba contra la luz de la mañana, y por un segundo sentí un nudo en el pecho. Era tan fácil perderme e