El silencio que quedó después de nuestra pelea fue más hiriente que sus gritos. Podía escuchar el eco de la puerta al cerrarse tras él, aún vibrando en las paredes como una advertencia muda. Luca se había marchado a su despacho con esa furia contenida que lo volvía más peligroso de lo que jamás admitiría. Y yo... yo permanecía sentada en el borde de la cama, con los dedos temblando mientras trataba de normalizar mi respiración, consciente de que cualquier movimiento en falso podía incendiar otra vez la casa entera.
Sus palabras seguían taladrándome: rastros de anticonceptivos en la sangre. El documento que me había arrojado a la cara seguía en la mesa de noche, doblado con violencia, como si incluso el papel hubiera sido culpable. Al principio pensé que la clínica no tenía intenciones de informarle, pero ahora de repente le envían estos documentos como si esperaran algo de él. No podía comprenderlo, alguien está jugando de una manera sucia. Yo nunca había tomado nada, jamás me habría