La tarde estaba cargada de un silencio extraño, de esos que presienten tormentas antes de que caigan. Apenas había terminado de ordenar unos documentos en el despacho cuando escuché un golpeteo en la puerta. Al abrir, encontré a Clara, con el rostro tenso, los labios apretados y una incomodidad que casi podía olerse. No había venido a visitarme como amiga, lo sentí al instante. Había algo más.
—Necesito hablar contigo —dijo, sin rodeos.
Le hice un gesto para que pasara. Cerró la puerta tras ella y por un segundo me pareció que el aire se volvía más pesado. Sus ojos buscaban los míos con esa mezcla de vergüenza y urgencia.
—Aria… Ruggero me contactó.
Mi cuerpo se tensó al escuchar ese nombre, la sangre latiendo en mis sienes. Ruggero. El fantasma que se había colado en nuestras vidas cuando menos lo esperábamos.
—¿Qué te dijo? —mi voz salió más dura de lo que pretendía.
Clara tragó saliva, y sus dedos se entrelazaron nerviosos.
—Básicamente me restregó por la cara que yo fui una tonta…