La mansión Moretti ya no era un refugio, sino un campo de guerra. Hombres entrando y saliendo con armas, llamadas constantes, órdenes gritadas, rostros tensos. Luca se había convertido en una bestia enjaulada, rugiendo en cada esquina, destrozando lo que se interponía en su camino. Su ejército estaba desplegado en la ciudad, buscando pistas, levantando contactos, interrogando a cualquiera que tuviera la más mínima relación con algunos de sus rivales.
Yo lo miraba y veía el infierno mismo reflejado en sus ojos. No dormía, apenas comía. Sus manos estaban llenas de cortes y moretones por todo lo que había destrozado en su furia. Y, aun así, lo único que mantenía a flote aquella rabia era un objetivo: encontrar a Gabriel.
Una llamada cambió todo.
Yo estaba sentada en el despacho, temblando, cuando el celular de Luca sonó. Reconocí el silencio extraño que lo envolvió al responder. Su voz no era la misma; era baja, gélida, pero cargada de veneno.
—Greco. —Ese nombre nunca lo había escuc