El silencio que quedó tras el diagnóstico era como un vacío insoportable. Apenas escuchaba el murmullo de los pasos en el pasillo, el pitido lejano de alguna máquina, pero dentro de mí todo era un grito. Un grito que no salía, que me desgarraba en silencio, porque no sabía si tenía fuerzas para volver a vivir una pesadilla tan cruel.
Entonces, Luca habló. Su voz fue un rugido ahogado, como si cada palabra le costara sangre, pero sabiendo que uno de los dos debía mantenerse fuerte.
—Esto mi esposa ya lo vivió. —Su mandíbula se tensó, sus ojos se clavaron en el médico con un brillo oscuro—. Mi hijo… nuestro primer hijo, Ciel. Murió de esto. Exactamente de esto.
Mi pecho se contrajo. Escuchar su nombre, el de mi bebé perdido, en labios de Luca, fue como abrir una herida que nunca terminó de cerrar. Yo bajé la cabeza, incapaz de contener el temblor de mis manos.
El médico lo miró sorprendido. Vi cómo su expresión cambiaba, como si de pronto las piezas encajaran.
—¿Ustedes…? —su voz se vo