No quería darle a Luca una excusa más para aparecer en mi puerta, así que hice lo que me ordenó sin pensarlo demasiado. Obedecer... esa palabra siempre me había pesado, pero esa tarde se convirtió en la única opción sensata.
Salí de casa con una mochila ligera, el aire de la ciudad pegándose a mi piel tibia. No hacía calor, pero mi pecho ardía como si algo se estuviera quemando ahí dentro. Caminé hasta la estética donde había pasado los últimos años, un lugar que ya no me parecía mío pero que, hasta esa mañana, había sido el único refugio estable que tenía.
Empujé la puerta y el olor a productos químicos mezclado con perfume dulzón me recibió como siempre. Mi jefa, Marta, estaba organizando unos tintes detrás del mostrador. Me miró y, en cuanto leyó mi expresión, dejó lo que estaba haciendo.
—¿Qué pasó, Aria? —preguntó, su tono preocupado.
Respiré hondo. No podía decirle la verdad. Ni siquiera podría explicarla aunque quisiera.
—Vengo a... renunciar. Lo siento por avisar de un dí