Me desperté temprano, mucho antes de lo habitual para un día libre. La claridad que se filtraba por las cortinas me parecía más molesta que de costumbre, pero no por culpa del sol, sino por el peso que tenía en la cabeza desde el día anterior.
El borrador del contrato seguía sobre la mesa, abierto, como si me mirara en silencio, acusándome por no haberlo firmado. Entre los papeles había un pequeño trozo de papel escrito a mano —la nota con la hora y el lugar donde Luca me había citado para “discutir” los términos—. Ayer fue el día que desperdicié discutiendo y marchándome sin dar una respuesta; esa nota ahora me recordaba que no podía seguir huyendo.
Me levanté con la determinación de no pensar en él, al menos por un rato. No quería darle ese poder sobre mi día. Aprovechando que no tenía que ir al trabajo, me propuse hacer limpieza profunda.
Fregué, barrí, quité el polvo. Lavé ropa que llevaba semanas acumulada. Mi pequeño departamento parecía más grande cuando estaba ordenado, aun