Jennifer metía ropa en la bolsa de viaje azul con manos torpes, respirando a tirones. La visión se le nublaba por el llanto; todo se sentía resbaladizo e irreal. Se movía por la habitación en piloto automático, tomando lo que necesitaba, intentando escapar de la prensa, de Grim Voss, de las campañas de difamación —de la vida que intentaba quebrarla.
Voss había destrozado su puerta la noche anterior. Había visto el contrato de Felicity sobre su mesa y la había golpeado por ello; el labio aún le dolía donde su puño había impactado. La campaña de Tracy había puesto a toda la ciudad en su contra —titulares, hashtags, veneno. Basta. Aquello había sido la última gota.
Le gritó al taxista por demorarse. Él dio un respingo y aceleró, murmurando disculpas. En el asiento trasero ella sollozó hasta quedarse sin voz, revisando el espejo retrovisor como un animal acorralado. El taxi se detuvo; le arrojó billetes arrugados y corrió bajo la plataforma del metro, con una gorra calada sobre el rostro