Él permanecía junto a la puerta del copiloto, silencioso, con la mirada fija en ella. Jennifer resopló entre dientes. Odiaba esto… odiaba necesitar ayuda, pero la lluvia no cesaba y su casa seguía lejos de Beverly Hills.Se acercó al coche. Él abrió la puerta de un tirón y ella subió. Los asientos eran más suaves que su propia cama. Goteaba, temerosa de arruinar el tapizado, pero él solo dijo:—No te preocupes, yo también estoy empapado.Encendió el motor y el coche se incorporó a la calle.Jennifer se arrimó a la puerta, temblando por el frío. Se estremeció ante su movimiento repentino, pero solo estaba apagando el aire acondicionado; enseguida el calefactor zumbó con un calor reconfortante.Por primera vez en muchas noches, el sueño tiró de sus párpados, aunque se negó a dormir junto a otro desconocido.Atravesaron un Beverly Hills desierto, con el silencio pesando entre ambos.Él la observó de reojo, con preguntas agitándose en su mente. ¿Quién era ella? ¿Qué hacía sola bajo la torm
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