Sofie Vang siempre supo que Mathias Lund, su jefe y el poderoso CEO de Lund Farma, estaba totalmente fuera de su alcance. ¡A pesar de su atracción! Él era un hombre meticuloso, implacable y adicto al control, alguien con la vida planeada al milímetro. Pero una noche de consuelo y debilidad acabó con una inesperada despedida… y un secreto que Sofie guardaría durante cinco largos años. Ahora, enfrentando una devastadora noticia de salud, Sofie se ve obligada a hacer lo impensable: dejar a sus tres pequeños hijos al cuidado de Mathias… el hombre que nunca supo que era padre. Cuando un mensajero le entrega el inesperado «paquete» de trillizos, el mundo perfectamente controlado de Mathias se desmorona. Todo su equilibrio se tambalea al descubrir que esos tres niños —fruto de aquella noche de vulnerabilidad— son suyos. ¿Podrá el implacable CEO abrir su corazón a sus hijos… y, quizás, al amor?
Leer másEl tribunal era frío e impersonal, pero, después de una hora de trámites, Katrine salió con el acta de petición de divorcio en la mano. Aunque sabía que el camino legal sería largo y complicado, el simple hecho de haber dado aquel primer paso fue un alivio, al menos momentáneo. Cuando por fin llegaron al apartamento seguro, la oficial que las acompañaba abrió la puerta, revelando un espacio modesto pero limpio.—Aquí estarán seguras. El teléfono de la mesita tiene conexión directa con la central —explicó la oficial Susan Solness—. En la nevera encontrarán los alimentos básicos para los próximos tres días, también tienen toallas y mantas en el armario de la habitación, y algo de ropa limpia. Si necesitan algo no urgente, pueden escribirme aquí —añadió, dándoles una nota con su número.—Gracias —repusieron Sofie y Katrine al unísono, antes de despedirse con un apretón de manos.Acto seguido, ambas amigas se dieron la vuelta y analizaron su nuevo entorno.—No está tan mal… —murmuró Sofi
El taxi avanzaba con lentitud por las calles abarrotadas, mientras el interior permanecía sumido en un doloroso silencio.Sofie mantenía las manos firmes sobre el regazo con los dedos tensos, mientras Katrine, sentada a su lado, sostenía los papeles que le había dado el médico legal con fuerza.El ambiente, cargado por el agotamiento tanto físico como emocional las tenía a ambas al borde del colapso.—¿Tienes el certificado? —preguntó Sofie, de repente, rompiendo el silencio, mirando a su mejor amiga.Katrine le devolvió la mirada, y levantó los papeles con manos temblorosas.—Está todo aquí… El médico certificó los golpes, fracturas, cicatrices…, sumado al informe preliminar del psiquiatra, tengo suficiente para demostrar los años de abuso. —Su voz se quebró hacia el final, pero se obligó a mantener la compostura. Estaba cansada de llorar.Rápidamente, Sofie leyó los papeles, asintiendo, antes de reponer con un tono que intentaba sonar tranquilizador:—Bien, esto es bueno. Es un buen
El ronroneo constante del motor rompía el tenso silencio que se había apoderado del interior del coche de regreso a la mansión; la atmósfera estaba cargada de pensamientos y emociones reprimidas.Lukas observaba el paisaje a través de la ventanilla, sin ver nada, con la mandíbula apretada y las manos cerradas en puños sobre sus muslos, como si el simple acto de mantenerlas allí evitara que explotara.Por su parte, Mathias sujetaba el volante con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, mientras mantenía la mirada fija en la carretera.Lukas, enredado en sus emociones, no sabía qué pensar. ¿Por qué Beate le había ocultado quién era realmente? ¿Por qué no le había dicho que era amiga de Sofie? ¿Había sido para protegerla? Y si así era, ¿de qué?No lo sabía, pero, de pronto, buscar esa respuesta le pareció insignificante. Después de todo, sea cual fuera el motivo, era probable que él hubiera hecho lo mismo de estar en su lugar. Y, si bien lo había sorprendido, no lo había hecho tan
El llanto de los trillizos resonó en el amplio pasillo del hospital, de manera desgarrador, y Sofie sintió cómo el corazón se le rompía en pedazos. Intentó mantener una expresión serena, pero sus manos temblaron ligeramente al estirarlas hacia Emma, tratando de calmarla.—No pasa nada, amores. No estoy enferma. No los dejé por eso. Solo tengo algo importante que hacer antes de volver con ustedes… —mintió con suavidad.—Así que le mientes a tus propios hijos, ¿eh? —inquirió Mathias con frialdad—. Di la verdad, Sofie. ¿Estás o no estás enferma?Sofie se humedeció los labios. Estaba cansada de mentir, pero no podía revelar la verdad, no al menos delante de sus hijos; no quería verlos sufrir como lo estaban haciendo. —No, no lo estoy —respondió rápidamente, aunque el nerviosismo en su voz la traicionó.Mathias entrecerró los ojos, inclinándose ligeramente hacia adelante.—Entonces, ¿qué es eso del «tratamiento»? —preguntó, con un tono tan frío como un témpano de hielo.—Ese tratamiento…
En el momento en el que su mente intentaba encontrar una respuesta lógica a todo aquello, Mathias se acercó a él, seguido de los niños, y lo miró fijamente.—¿Y? —le preguntó en voz baja y carente de emoción.—No es ella —soltó Lukas, con un tono cargado de frustración, señalando a la mujer con un gesto de la cabeza—. Es una anciana. Esto no tiene sentido.Mathias miró hacia el rincón y frunció el ceño ligeramente.—¿Comprobaste que no fuera una simple confusión de nombres?—No creo, puede que lo compartan, pero es exactamente el mismo nombre. —Lukas suspiró—. ¿No te parece extraño?—La verdad, no —respondió Mathias con un gesto de aburrimiento—. Son errores administrativos bastante frecuentes. No tienes de qué preocuparte.—Ah, ¿no?—No. Esto es solo un trámite mal hecho, una confusión. No pierdas el tiempo…—repuso Mathias, en un tono seco y directo.Lukas apretó los dientes, tratando de contenerse, mientras Mathias bajaba la mirada hacia su reloj con evidente impaciencia.Pero antes
En la silenciosa penumbra del minibar de la mansión, Lukas vertía una cantidad generosa de whisky en un vaso ancho. El hielo tintineó al tocar el cristal, rompiendo el silencio que reinaba en la habitación. Era temprano para beber, pero eso no le importaba.Un momento después, se dejó caer en el sofá, con el vaso en la mano. Apenas bebió un sorbo, pero su mirada permaneció fija en un punto indefinido, como si intentara descifrar un enigma imposible, mientras las palabras en la pantalla seguían repitiéndose en su cabeza como un martillo bucle imparable.«Beate…», pensó, apretando los dientes. ¿Por qué no se lo había dicho?Apretó el puente de su nariz con los dedos, intentando despejar su mente, pero el nudo en su pecho no desaparecía. Era apenas primera hora de la mañana, y la presión de no saber qué hacer lo carcomía.Un momento después, el sonido de risas infantiles rompió el silencio, y Lukas alzó la mirada justo cuando Mathias bajaba las escaleras, con los niños detrás de él.—¿No
Media hora después, Katrine y Sofie se plantaron frente a la comisaría, mientras el frío aire de la mañana parecía calarlas hasta los huesos, y el sol apenas iluminaba la ciudad. Katrine sostenía entre sus manos temblorosas la carpeta con los documentos, con el rostro desfigurado por los nervios y el miedo. Sofie, por su lado, se mantenía junto a su amiga, como un muro inquebrantable, dispuesta a apoyarla hasta el final, en cada paso de lo tortuoso que sabía que sería ese camino.—¿Estás lista? —preguntó, buscando la mirada de Katrine.—No… —murmuró su amiga, tragando saliva con dificultad—, pero, si no lo hago ahora, no lo haré nunca.Sofie le dio un reconfortante apretón en el brazo, animándola, tras lo cual ambas avanzaron haca las puertas acristaladas de la comisaría.Una vez dentro, las recibió un policía con un uniforme azul y aire profesional y amable, cuyo rostro, al ver el estado de Katrine, adoptó un sutil gesto de preocupación.—Buenos días, señoritas. ¿En qué las puedo ayu
La tenue y suave luz del amanecer se filtraba a través de las persianas torcidas del pequeño cuarto del hotel, mientras el hedor a humedad impregnaba aquel ambiente, y los colchones baratos parecían crujir bajo el peso de sus pensamientos. Katrine se encontraba sentada al borde de la cama, con la mirada perdida, mientras Sofie, a su lado, revisaba los papeles que su amiga había llevado consigo, tras marcharse de casa.—Kat, tenemos que ir hoy mismo a la comisaría —repuso Sofie, sentándose frente a ella al borde de su cama, rompiendo el silencio con voz calmada pero firme—. Y luego al tribunal. Es lo mejor…Katrine suspiró, pero no respondió al principio; sus manos jugueteaban con el dobladillo de su pijama rosa, en un hábito nervioso que había adquirido cuando era niña y del que jamás había podido deshacerse.—Ay, Sofie, no es tan fácil como lo haces sonar —murmuró, por fin, con la voz estrangulada.Sofie la miró fijamente, sus ojos reflejando una gran paciencia, pero también determin
Katrine se dejó caer en la silla junto al escritorio, con el rostro hinchado y el alma hecha pedazos, mientras Sofie comenzaba a empacar apresuradamente. Afuera, todo estaba en el más absoluto silencio, pero ambas sabían que era momentáneo: Ole volvería; siempre lo hacía, y, esta vez, ambas sabían que su amenaza no era una simple exageración.—¿Qué… qué haces? —preguntó finalmente Katrine, frunciendo el ceño en un gesto de dolor.—Empacar. Tenemos que irnos de aquí cuanto antes—respondió Sofie con voz firme, aunque sus manos temblaban.Katrine la miró en silencio por un instante, sintiendo que cada palabra se le atoraba en la garganta, hasta que, finalmente, logró articular:—¿A dónde, Sofie? Solo estamos tú y yo… No tenemos a nadie…—Pues con eso nos basta —respondió Sofie sin detenerse, mientras le lanzaba una camiseta a Katrine para que empezara a empacar—. Nos vamos juntas. Buscaremos algún sitio en el que no nos pueda encontrar.Sin embargo, Katrine se mantuvo inmóvil en su sitio