Quince días después, la mansión parecía sumida en una calma engañosa, una paz frágil que ocultaba la tormenta latente. Ingrid había permanecido en las sombras, acechando como un depredador paciente. No tenía más opciones, no tenía más tiempo. Este era su último recurso. Si no iba a tener a Lukas, al menos tendría al niño.
La mansión Lund estaba al borde del colapso. La verdad sobre Tobias había caído como un golpe devastador. Lukas y Mathias se mantenían en guardia, protegiendo a madre e hijo, pero su atención fija en la amenaza mayor los cegó ante la menor. Y esa era la oportunidad que Ingrid había estado esperando.
La noche anterior, cuando la fatiga había convertido la vigilancia en un acto mecánico y los ojos cansados se cerraron un instante más de lo debido, Ingrid se deslizó entre las grietas de su descuido. Era ahora o nunca.
Sabía que cada segundo contaba. Su corazón golpeaba con furia en su pecho, ahogándola en adrenalina. Había logrado engañar al guardia con una sonrisa forz