DEREK
Llegamos finalmente a la ciudad de León. Mi esposa Milena y su prima estaban a salvo, aunque heridas y agotadas. Mientras esperaba noticias, recibí una llamada que me confirmó lo que tanto había deseado escuchar: Laura ya estaba tras las rejas y pronto sería presentada ante el juez. Alejandro, por su parte, se encontraba en la UCI; el disparo en su pecho había y en su espalda, había sido mortal y su estado era crítico. Gerardo no corrió con la misma suerte: dos impactos de bala acabaron con su vida en el acto. Ni siquiera la muerte alcanzaba a pagar todo el daño que habían hecho en el pasado. En mi corazón solo deseaba que, tarde o temprano, el mismo infierno se encargara de ellos.
Tras una interminable hora, pude ver al fin a mi esposa. La habían vendado y se encontraba más tranquila. Me acerqué, la abracé con fuerza y la besé como si nunca quisiera soltarla. Con alivio llamé a mis padres para informarles que todos estábamos bien y que pronto volveríamos a casa. Los niños estab