Mariam continuó su camino sin prestarle la menor atención a las palabras de su esposo. ¿Para qué detenerse? Sería una estupidez hacerlo. Después de lo que acababa de escuchar todo estaba claro como el agua. No había más espacio para las excusas ni para falsas esperanzas.
Él nunca la había elegido de corazón... solo la había aceptado por gratitud o por conveniencia. La verdad dolía como una daga helada en el pecho, pero fingiría que nada le afectaba, como siempre lo había hecho, ocultando sus heridas tras una fachada de fuerza.
—Mariam —escuchó su nombre a su espalda, su voz profunda resonando en el pasillo.
No se detuvo. No podía. Si se giraba, las lágrimas la traicionarían.
Sintió cuando la tomó suavemente de la mano, deteniéndola con un leve tirón. Su calor invadió su piel, pero no bastaba para derretir el frío que se había instalado en su pecho.
—No es lo que piensas, yo… —intentó explicarse, su voz cargada de una súplica extraña en él.
—No digas nada —lo cortó ella con frialdad, s