Demian regresó tarde esa noche. El cansancio estaba marcado en cada línea de su rostro, como si el peso del mundo lo aplastara lentamente. Su traje arrugado, su corbata aflojada y los pasos arrastrados hablaban del cansancio de los días. Al cerrar la puerta, no esperaba encontrar nada… pero Mariam estaba allí.
Ella corrió hacia él, sin pensar, como si su cuerpo hubiera reaccionado antes que su mente. Lo abrazó con fuerza, como si temiera que se desvaneciera frente a sus ojos. Demian se quedó quieto, sorprendido por aquel gesto tan inesperado… pero segundos después, la envolvió con sus brazos, aferrándose a ella como a un salvavidas en medio del naufragio.
Se quedaron así, sin palabras, durante un largo momento.
—Estaba tan asustada al ver que no regresabas… —susurró ella con voz entrecortada—. Yo pensé lo peor.
Demian bajó el rostro, tocando con su barbilla el cabello de Mariam. Cerró los ojos. La escuchaba temblar, y cada palabra suya le arañaba el alma.
—¿Eso significa… que todavía