—¡Voy a matarte! —rugió Rolando, fuera de sí, con el rostro desencajado y los ojos inyectados en sangre—. ¡Si yo voy al infierno, ustedes vendrán conmigo!
—¿Me matarás frente a las cámaras? —respondió Demian con una fría sonrisa mientras señalaba al joven que, escondido tras una columna, grababa todo y transmitía en vivo.
Rolando giró la cabeza bruscamente y vio al muchacho con el celular alzado. Su rostro palideció, y entonces hizo lo impensable: levantó su arma y comenzó a disparar sin control. Los gritos inundaron la sala. Hombres y mujeres corrieron por todas partes, protegiéndose como podían. Sofía se tiró al suelo, cubriendo a su madre con el cuerpo, mientras Demian se agazapaba tras una mesa volcada.
—¡Bajen la cabeza! —gritó uno de los hombres de seguridad.
El caos era total.
En medio de la confusión, Rolando aprovechó el pánico para correr hacia la puerta trasera del edificio. Sus zapatos resonaban con fuerza contra el piso de mármol mientras se abría paso a empujones. El sud