Mariam se alisó el traje color marfil mientras bajaba del automóvil. Gabriel, siempre atento, le abrió la puerta sin decir palabra, aunque sus ojos lo decían todo: preocupación, tensión… y una pizca de orgullo. Ella lo sabía. La empresa de su abuelo, que muchos habían dado por muerta, estaba resurgiendo como el ave fénix gracias a su esfuerzo y visión.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Gabriel al ver el ceño fruncido de la joven.
—Más segura que nunca —respondió Mariam sin vacilar.
Sin embargo, apenas puso un pie frente al edificio, una escena desagradable interrumpió la serenidad de su mañana.
—¡Tú no puedes negarnos lo que nos pertenece! —gritaba Kitty al guardia de seguridad, con el maquillaje ligeramente corrido y el rostro desencajado por la furia—. ¡Déjame pasar, maldito inútil!
El guardia se mantenía firme, negándole la entrada. Mariam apretó los dientes al ver el escándalo.
—¿Puedes dejar de armar espectáculos frente a mi empresa? —le exigió, caminando con paso firme hacia ell