El aeropuerto estaba tranquilo esa mañana, pero el corazón de Mariam se sentía un poco inquieto. Apretó con suavidad la pequeña mano de su hijo, quien caminaba emocionado al lado de su padre. Demian debía viajar por motivos de negocios, pero prometió que solo serían dos días. Solo cuarenta y ocho horas, le dijo con una sonrisa al oído antes de besarle la frente.
El pequeño, con sus ojos brillantes y la sonrisa idéntica a la de su padre, estiró los bracitos para abrazarlo. Se colgó de su cuello como si no quisiera dejarlo ir.
—Te amo, papá —susurró mientras le daba un beso en la mejilla.
Demian cerró los ojos al recibir ese gesto y le acarició el cabello con ternura.
—Yo también te amo, hijo. Cuida a mamá mientras no estoy, ¿de acuerdo?
El niño asintió con fuerza, con esa seriedad que solo los niños pequeños pueden fingir con éxito.
Mariam se acercó entonces. Sus dedos encontraron los de Demian, y sin decir mucho, se miraron. Era una despedida corta, pero el lazo entre ambos era profun