Aghata escupió sangre. El sabor metálico le quemaba la garganta mientras su mirada, furiosa y desquiciada, se clavaba en Rolando. Lo odiaba con cada fibra de su ser, pero se odiaba aún más a sí misma.
—¡Mariam vendrá por mí! —exclamó entre dientes apretados, con rabia, pero también con miedo—. ¡Está loca, pero vendrá!
Rolando soltó una carcajada áspera, sin humor. La sombra del desprecio se dibujó en su rostro.
—Te lo dije. Es demasiado buena. No piensa, solo actúa por ese corazón tonto. Idéntica al estúpido de mi hermano. Lo buenos no viven mucho tiempo.
Aghata cerró los ojos con fuerza. Cada palabra era una daga directa a su conciencia. Si no hubiera sido tan egoísta, tan orgullosa, tan cruel... Mariam no estaría en peligro. Esa niña que siempre había intentado ver lo mejor en ella, que la abrazaba incluso cuando ella solo devolvía desprecio. ¿Cómo podía seguir amándola?
—¿Tanto odias a tu hermana? —inquirió Rolando, con una mezcla de curiosidad y burla.
Aghata lo fulminó con la mir