La galería de arte estaba llena de murmullos suaves, pasos que apenas hacían ruido y luces cálidas que iluminaban cada lienzo con devoción. Demian caminaba tranquilo, las manos en los bolsillos, dejando que Sofía guiara el momento.
Ella se movía con la emoción de una niña en una tienda de dulces, contemplando los trazos, los colores, las texturas. Estaban exhibiendo la obra de una artista japonesa que Sofía admiraba desde la universidad, y su rostro reflejaba pura alegría.
Demian la observaba en silencio, disfrutando de verla feliz. Por fin podía caminar sin esconderse. Su rostro restaurado, su presencia firme… estaba reconstruyendo su vida paso a paso. Sentía que respiraba de verdad, por primera vez en años.
Pero entonces, justo cuando se detuvo frente a una pintura de cerezo floreciendo bajo la nieve, algo lo golpeó de lleno en el pecho.
—¡Demian! —sollozó una voz familiar.
Un cuerpo tembloroso se arrojó a sus brazos. Se quedó inmóvil por unos segundos, desconcertado. El perfume lo