Él no cree en las segundas oportunidades. Ella no está segura de merecer una. Cuando Dana Moretti, la hija del fiscal más respetado del país, se muda a un nuevo instituto tras un escándalo familiar, solo quiere pasar desapercibida. Pero eso es imposible cuando el chico más problemático del lugar, Enzo Vidal, se cruza en su camino. Con un pasado marcado por la violencia y una pulsera de libertad condicional en el tobillo, Enzo es todo lo que le advirtieron que debía evitar. Sin embargo, algo en él la atrae. Algo que no aparece en los expedientes policiales. Entre secretos, traiciones, amenazas anónimas y una conexión que ninguno de los dos puede negar, Dana tendrá que decidir si confiar en quien todos señalan como culpable... o en su propio corazón. Porque a veces, lo más peligroso no es enamorarse del chico equivocado, sino descubrir que tú tampoco eres la persona correcta.
Leer másNo sabría decir en qué momento exacto empezó. Tal vez fue después del mensaje anónimo, o quizás desde antes, pero no había querido verlo. Lo cierto es que algo cambió. Lo sentía en la piel, en la forma en que el aire se volvía más denso al caminar por los pasillos, en cómo algunas conversaciones se detenían bruscamente cuando pasaba, en la sensación insoportable de tener siempre una mirada clavada en la nuca.Empezó con detalles pequeños. Un cuaderno desaparecido, luego reaparecido en mi mochila con las hojas arrancadas. Comentarios sarcásticos en redes sociales desde perfiles sin foto, con nombres absurdos: Observadora2025, SilencioRojo, MírateBien. Cosas así. Cosas que cualquiera podría considerar una broma de mal gusto, pero que yo sabía que no lo eran.No después del mensaje.“Sabemos que estás husmeando. Aléjate de Enzo o te vas a arrepentir.”Lo había leído más de veinte veces desde aquella noche. Lo borré. Luego me arrepentí de borrarlo. No se lo conté a mamá porque sabía que l
El despacho de mi madre siempre había sido territorio prohibido. Desde pequeña lo entendí: si la puerta estaba entornada, debía mantenerme fuera. Si estaba cerrada con llave, peor aún. A veces pasaba horas ahí dentro, hablando por teléfono en voz baja, tomando notas en su cuaderno negro, el que guardaba en la tercera gaveta con doble llave.Yo respetaba eso.Hasta hoy.No sé qué fue lo que me impulsó a entrar. Tal vez la curiosidad. O la sensación incómoda de que algo no encajaba desde que vi a Enzo Vidal por primera vez. O quizás fue esa frase que me dijo: “No te metas con lo que no entiendes.” Como si él supiera que yo, por naturaleza, no podía evitar hacerlo.El punto es que lo hice.Entré cuando mi madre salió a correr por la mañana. Usé el duplicado que encontré hace años y que jamás tuve el valor de usar. Cerré la puerta con cuidado, respiré hondo, y encendí la lámpara de escritorio. Todo estaba ordenado, limpio, impersonal. Excepto por una carpeta azul con un sello rojo.CONFID
Las miradas seguían siendo cuchillos. Eso no cambió al día siguiente, ni cuando caminé por los pasillos con la mochila apretada contra el pecho, ni cuando me senté en la segunda fila del aula de Historia. A decir verdad, el ambiente seguía cargado como si todos respiraran con cautela, esperando que en cualquier momento estallara algo. O alguien.—Esa es su banca —susurró una chica pelirroja cuando me senté junto a la ventana.—¿Perdón?—La silla. Es de Enzo. Él siempre se sienta ahí. Te conviene cambiarte antes de que llegue.Fruncí el ceño. No lo decía con mala intención, pero sí con ese miedo reverente que nadie termina de admitir en voz alta. Como si él fuera un dios caído al que mejor no molestar.—No me importa —respondí con voz baja, pero firme.La pelirroja se encogió de hombros y se giró. Yo clavé la mirada en la calle a través del vidrio y me prometí no moverme. Estaba harta de ceder, de encogerme, de adaptarme a reglas que nadie explicaba. A esas que dictaban que un chico co
El olor a cartón mojado todavía flotaba en la casa cuando mamá cerró la puerta con un suspiro tan largo que me dieron ganas de volver a empacar. Otra ciudad. Otro intento de comenzar desde cero. Otra mentira que cargar a cuestas.—¿Quieres ayuda para deshacer tus maletas? —preguntó, con esa voz suave que usaba cada vez que intentaba no parecer rota.Negué con la cabeza mientras me subía el moño en lo alto del cráneo. Mis uñas seguían sucias de polvo y mis jeans llevaban la marca del sofá viejo que habíamos arrastrado escaleras arriba. Todo en esa casa olía a transición.—Voy a salir a caminar un rato —dije sin esperar respuesta.Caminé sin rumbo por las calles del barrio residencial, con casas gemelas, setos recortados a la perfección y perros demasiado bien educados. Todo era... demasiado. Demasiado limpio. Demasiado ajeno. Demasiado lejos de lo que había sido mi vida hasta hace unos meses.Cuando papá fue arrestado, todo se desmoronó en cámara lenta. Primero, los titulares. Después,