—No es necesario, Juliette —dije, recibiendo una mirada de desaprobación de su parte.
—También aplicaré un poco ahí —aclaró—. Luego iré a la habitación de mi madre, quizá tenga algún analgésico. Es tan mundano —murmuró, soltando un suspiro mientras comenzaba a aplicar la crema en la zona del tabique.
En ese silencio, no pude apartar los ojos de cada uno de sus movimientos. Podía detallar su rostro perfectamente, sus ojos casi enteramente verdes, sus mejillas teñidas de rojo, y sus labios con ese tono rosa natural que lucían tan deliciosos.
Estaba embelesado con ella, con cada parpadeo y el aleteo de sus pestañas, con cada pequeño gesto que hacía; cómo a veces fruncía el ceño y cómo movía su pequeña boca.
Maldita sea, era tan hermosa.
—Desde que llegué no me has dado ni un solo beso —señalé.
—¿Viniste a besarme? —dijo, y de pronto se apartó de mí.
Supuse que había terminado, así que también me levanté, seguido de ella.
—Por eso y por algo más.
—Sí, claro —dijo con ironía, guardando la