Joaquín
Camila dejó de respirar por un segundo, sus ojos buscando los míos. Luego soltó una carcajada que resonó en la pequeña sala.
—Definitivamente esta calentura te quemó la cabeza, viejito.
—Lo digo en serio, —insistí, pero su risa continuó mientras seguía embistiéndola frenéticamente.
—Claro que sí —dijo jadeando—. Seguro que mañana ni te acuerdas de esto.
La miré, ella me devolvió la mirada, excitada y lujuriosa, cerró sus ojos y mordió su labio. Justo en ese momento, sus paredes se apretaron alrededor de mi eje, su orgasmo me empapó en un segundo, pero no dejé de penetrarla.
Sabía que había tomado mis palabras como una broma, pero yo no bromeaba.
Y algún día iba a volver a preguntárselo.
Sentí la explosión de mi liberación, llenándola por dentro, mientras gemía como un animal por la intensidad de acabar dentro de ella.
Nos quedamos unos segundos más así, ella apoyanda en la máquina, yo inclinado sobre su cuerpo, besando su espalda. Si esto hubiera pasado en la casa, lo habría