Angélica Había algo casi terapéutico en caminar entre los hermosos vestidos de novia de la tienda más prestigiada de la ciudad. Deslizaba los dedos por los encajes y las sedas, evaluando cuál de esos tesoros podría ser digno de Camila. Mi nuera. Bueno, casi.Suspiré, mirando un vestido de corte sirena con pedrería en el escote. "Con este se verá preciosa," sonreí al imaginar la cara de mi hijo al verla caminar hacia él en el altar.—Buen día señora —saludó una de las chicas que trabajaba allí—. ¿Puedo ayudarla? —Todavía no, cariño, —respondí con una sonrisa. Seguía mirando los hermosos vestidos cuando mi teléfono comenzó a sonar en el bolso. Lo saqué con cierta desgana, poniéndome los lentes para mirar la pantalla. Socorro.Puse los ojos en blanco antes de contestar.—¿Qué pasa, hija? —dije con un tono que esperaba sonara más paciente de lo que me sentía.—¡Mamá! —respondió en un chillido—. ¡Tienes que hablar con Joaquín!—¿Por qué tendría que hacer eso? —pregunté, moviéndome ha
Joaquín Habían pasado más de sesenta minutos desde que llamé a mi madre. Había aprendido a tener paciencia con doñaAngélica Hernández viuda de Salinas, pero esto ya era demasiado. Miré por quinta vez mi teléfono: ni un mensaje, ni una llamada. Nada.Suspiré, moviendo los papeles sobre mi escritorio como si estuviera ocupado, pero en realidad no estaba haciendo nada. Tomé mi teléfono y lo revisé por décima vez cinco minutos. Nada. Ningún mensaje de la doña. ¿Cuánto tiempo más iba a dejarme en esta tortura?—¡Pasante! —dijo una voz familiar detrás de mí.Levanté la vista y vi a Felipe apoyado contra el marco de su puerta, con esa sonrisa que siempre traía problemas.—Ven a mi oficina un momento, —añadió, señalándome con un movimiento de cabeza.Lo miré, y por un momento consideré decirle que estaba ocupado. Pero algo en su mirada me hizo dejar los papeles en la mesa y levantarme.Me senté frente al escritorio mientras él cerraba la puerta detrás de mí.—¿Recuerdas a González? —pregu
Felipe Estaba revisando los papeles que Joaquín me había marcado cuando vi, desde el rabillo del ojo, una figura que se acercaba por el pasillo. Reconocí al instante el porte elegante y decidido: doña Angélica.—No, no, no, —murmuré para mí mismo, dejando caer los documentos sobre el escritorio.Doña Angélica no era precisamente alguien con quien quería lidiar en ese momento. Era encantadora, sí, pero también aterradora cuando quería, y esa combinación no era algo que yo pudiera manejar sin un buen café y algo de preparación mental."No, pos, yo aquí ni loco me quedo..."Miré en todas direcciones rápidamente, y por un segundo pensé en saltar por la ventana, pero luego recordé que estamos a 10 pisos de altura. Así que me dejé caer bajo el escritorio y, como un verdadero ninja, gateé por mi vida. Me deslicé sigilosamente, sin apartar la vista de la entrada.Lo sé, una estupidez, de la que me dí cuenta cuando mi cabeza golpeó la puerta del baño, así que me metí y me encerré.Me quedé a
Camila "¿Por qué dejó las cosas para último minuto?"Suspiré y dejé caer una mano en mi rostro, frustrada. Todavía estaba parada frente al armario, revisando entre mi ropa deseando que de pronto el vestido perfecto fuera a aparecer mágicamente frente a mí. La verdad no tenía ni idea de qué ponerme para la fiesta. Nada me parecía lo suficientemente elegante, y lo poco que lo era no me convencía.El timbre de casa sonó y di un pequeño respingo, desconcentrádome de mi tarea.—¡Voy! —grité, saliendo de la habitación solo en ropa interior.Corrí pensando que era la niñera. Pero cuando abrí la puerta, me encontré con una figura conocida y una sonrisa que nunca fallaba en alegrarme el día.—¡Romina! —exclamé, sorprendida.Mi mejor amiga venía con dos bolsas de vestidos colgando de su brazo. Me miró de arriba abajo, enarcando una ceja. —Hola, querida, —dijo, haciéndome a un lado para entrar—. Por suerte llegué a tiempo.—¿Tiempo para qué? —pregunté, cerrando la puerta mientras la seguía e
SocorroNo podía creerlo. Estaba en esta maldita fiesta usando el mismo vestido del año pasado. Cada vez que alguien pasaba cerca de mí, sentía que sus ojos se fijaban en mí más de la cuenta. “Ah, pobre Socorro,” La hermana del CEO, seguro pensarán, “no tiene ni para un vestido nuevo, sigue usando esos arapos viejos."Suspiré, ajustando el vestido que me apretaba un poco más de lo que recordaba del año pasado. Había intentado darle un aire nuevo con un collar llamativo, pero sabía que no engañaba a nadie. Era obvio que me estaban mirando. Malditas arpías. Si tuviera mis tarjetas, habría llegado con algo espectacular, algo digno de mí. Pero no. Aquí estaba, vestida como una extra cualquiera, sintiéndome como una tonta en un mar de gente que ni siquiera merecía estar en esta fiesta.Mi humor, que ya estaba por las nubes, se elevó aún más cuando la vi.Camila Navarro. Alias la putita de turno de mi hermano..Entró al salón como si fuera una maldita reina, con ese vestido rojo que reco
Felipe Estábamos con Joaquín detrás del escenario. Escuchábamos el murmullo de la fiesta, cosa que no hacía más que aumentar la ansiedad de mi amigo. Se pasó los últimos cinco minutos ajustándose la corbata.—¿Estás nervioso o solo estás intentando ahorcarte? —bromeé, apoyándome en la pared.Me lanzó una mirada fulminante sin dejar de toquetear su ropa.—No, no estoy nervioso, —dijo, aunque el movimiento inquieto de sus manos traicionaba sus palabras—. Estoy… enfocado.—Claro, enfocado, —repetí con sarcasmo, pero mi sonrisa desapareció cuando vi su expresión. Estaba serio, decidido. Más de lo que lo había visto en muchos años.Lo miré sintiendo que este era uno de esos raros momentos donde Joaquín bajaba la guardia. Donde dejaba de lado al CEO controlador y dejaba ver al hombre detrás del título.—¿Estás seguro de esto? —le pregunté, dejando de lado mi tono burlón.Joaquín me miró a los ojos.—Sí, Felipe. Es hora de decir la verdad.—¿Toda la verdad? —insistí, arqueando una ceja.Él
Joaquín Miré mi reloj por enésima vez. Felipe no había vuelto, ya era hora de que subiera al escenario. Ese idiota de seguro estaba coqueteando con alguna y había perdido la noción del tiempo. Suspiré, acomodándome la chaqueta y ajustando la corbata.No era solo el discurso lo que me ponía nervioso. Lo había hecho miles de veces ya. Era todo lo que debía decir... Mi verdadera identidad, lo que había aprendido de esta experiencia, y mi relación con mi reina... Aunque, después de lo primero... No sé si aceptaría mi propuesta.Subí los escalones al escenario, tratando de mantener el control de mis manos. El murmullo se detuvo cuando todos notaron mi presencia allí arriba. Frente a mí había un atril de madera, con un micrófono colocado en el centro.Respiré hondo y me paré firme, apoyando las manos en los bordes para estabilizarme.—Buenas noches.Las conversaciones cesaran por completo y todos los ojos se fijaron en mí.—Tal vez se pregunten qué hago aquí arriba —comencé, dejando q
Joaquín Me pasé una mano por la cara, tratando de calmarme. Aunque era completamente inútil.Felipe estaba a mi derecha, parado contra una pared. Camila a mi izquierda, con la mirada perdida en el suelo.—Voy a comprar café, —dijo Felipe, rompiendo el silencio —. ¿Tres?—Sí, —respondí en piloto automático, aunque el café era lo último que quería.Camila solo asintió, y mi amigo desapareció por el pasillo.El silencio entre nosotros se alargó. Y aunque sentía su calor a mi lado, no sabía cómo romper la distancia que había crecido entre nosotros desde el desastre en la fiesta. Pero, tenía que hacerlo, no quería que pensara cualquier cosa de mí.—No sé qué está pasando, —murmuré.Ella levantó la mirada, pero no dijo nada.—Ese bebé no es mío, mi amor, te lo juro, —continué, mi voz quebrándose. Sentí algo dentro de mí romperse, y empecé a llorar.Ella no dijo nada, me abrazó con fuerza. Su mano acariciando mi cabello mientras apoyaba mi cabeza en su hombro.—Estoy tan perdido, mi rein