Felipe
Todo iba perfecto.
O al menos, eso creía, hasta que mi teléfono empezó a sonar.
Suspiré al ver el aparato vibrar sobre la mesa.
—No vas a contestar, ¿verdad? —dijo Claudia, alzando una ceja y entrecerrando los ojos.
Miré la pantalla. El nombre del guardaespaldas de Joaquín brillaba en letras mayúsculas.
—Si—, dije con una sonrisa tensa—. Sabes que es trabajo, no me queda de otra.
Rodó los ojos y dio un trago largo a su vino mientras yo contestaba.
—Dime que no ha hecho una estupidez, —dije, sin saludar.
—Señor Ortiz—, comenzó el hombre al otro lado de la línea—. Lamento molestarlo, pero hay un problema con el señor Salinas.
Me apoyé en la mesa, frotándome la cara, sintiendo que la noche no acabaría como había planeado.
—¿Qué problema? —pregunté, pero ya sabía que si tenía que ver con Joaquín, sería un dolor de cabeza.
—Verá, estaba en el parque de diversiones...
—¿En un parque de diversiones? ¡Por el amor de Dios, creí que estaba con... su novia!
Me corregí al último segundo,