Mundo ficciónIniciar sesiónIsabella Moretti regresa de Suiza con títulos en Medicina y Derecho Internacional, y un corazón endurecido por el pasado. Está decidida a cumplir con su deber familiar: casarse con Francesco Rossi, el heredero de una de las familias mafiosas más poderosas de Italia. El mismo hombre que años atrás le rompió el corazón por una mujer que ni su abuelo aprobaba. Para Francesco, Isabella es una sombra del pasado que vuelve para arruinar sus planes. Su corazón pertenece a Elena, la mujer que ha amado desde la adolescencia. Pero tras la muerte de su padre y su tío en un misterioso atentado, el matrimonio arreglado se convierte en el primer movimiento de una partida mucho más peligrosa. Un juramento. Un pacto. Un imperio en juego. El amor, la lealtad y la venganza se entrelazan en un mundo donde nada es lo que parece, y las traiciones siempre llegan desde donde menos se espera. Cuando el velo finalmente caiga… solo uno quedará en pie. Advertencia: Esta historia contiene giros oscuros, personajes moralmente grises, amor tóxico, traición y conflictos de poder. Apto solo para lectores valientes.
Leer másHay momentos en la vida que nos golpean con tal fuerza que nos dejan sin aliento, como si el mundo entero se hubiera derrumbado sobre nosotros. Momentos en los que todo lo que creíamos seguro y estable se desvanece en un instante, dejando una sensación de vacío y dolor que parece imposible de llenar.
Para Nell, ese momento llegó cuando descubrió que su esposo le era infiel. No era solo el hecho de la traición lo que la había dejado en shock, sino que además la persona con quien la había engañado era una de sus compañeras de trabajo en la escuela donde ella trabajaba. La misma escuela en la que había dedicado gran parte de su vida a enseñar y ayudar a los demás.
Nell, se sintió traicionada y humillada, y la idea de que su vida se había convertido en una mentira le resultaba insoportable. No podía soportar la idea de seguir viviendo con alguien que la había engañado de esa manera, y que había deshonrado todo lo que ella había construido a lo largo de los años.
Fue entonces cuando decidió que no podía seguir viviendo. Que la única manera de escapar del dolor y la vergüenza era acabando con su vida.
En retrospectiva, la decisión que tomo aquella mañana, era la última que tomaría de no estar en una situación de quiebre como en la que se encontraba, tal vez incluso ni siquiera la tendría en consideración, pero ha llegado a un límite en donde no hay vuelta atrás.
Nell se sentía atrapada en un torbellino de emociones abrumadoras, que iban desde el dolor, la tristeza, la rabia, la vergüenza y el miedo, la atenazaban sin piedad. Había perdido toda la confianza en sí misma y en las personas que la rodeaban, y no veía ninguna salida posible.
Pero incluso en su desesperación, algo en ella seguía luchando por sobrevivir. Un instinto de supervivencia que se aferraba a la esperanza de que quizás, en algún momento, las cosas podrían mejorar. Una voz tenue en su interior que le decía que aún no era el momento de rendirse.
Tal vez ya estaba delirando, un efecto de haber decidido separarse de la realidad que le rodeaba, nunca se consideró alguien impulsiva, solía ser alguien que pensaba las cosas de forma minuciosa, pocas veces se alteraba, sus amigos siempre le dijeron que debía enojarse más, que era una reacción normal, cuánta razón tenían, porque el día que dejo que todas las emociones que guardo con receso explotaron, solo se convirtió en la burla, de la persona que más amaba y quien la traiciono de forma vil cuando fue incapaz de cumplir con “su deber”, como mujer.
Pero ese día, algo dentro de ella se quebró. Ya no era la misma persona. Todas las emociones que había guardado con recelo durante tanto tiempo, explotaron con una fuerza descomunal, arrasando con todo lo que había a su alrededor. Se sintió sola, humillada y traicionada, y todo eso se mezcló en un torbellino de ira y dolor que amenazaba con ahogarla.
Nell entonces se dejó llevar por la rabia que le carcomía por dentro, para luego arrepentirse, ¿Qué sentido tenía?, su esposo no regresaría, aunque le rogara o amenazara con atentar contra su propia seguridad, tal vez se arrepentiría de todo lo que hizo, pero en aquel momento no pensaba con claridad, había guardado todas esas emociones durante tanto tiempo, que solo la convirtieron en una bomba de tiempo a punto de estallar.
Ahora, mientras se adentra en la oscuridad de la noche, Nell siente que ese impulso de antes se ha desvanecido. Se siente agotada, como si hubiera corrido una maratón sin parar. Y aunque la tristeza y el dolor siguen ahí, latentes, siente también un extraño alivio. Ha tomado una decisión, y eso le da una sensación de control sobre su vida que no había sentido en mucho tiempo.
Tal vez no sea la decisión más acertada, tal vez no sea la solución a todos sus problemas. Pero en ese momento, en ese lugar, es lo único que se le ocurre. Así que sigue caminando, con la mirada perdida en la distancia, sin saber qué le deparará el futuro. Solo sabe que tiene que seguir adelante, aunque eso signifique enfrentarse a la oscuridad.
¿La oscuridad?, se ríe de solo pensarlo, una ironía, porque cuando la luz llega a su vida, siempre se la terminan arrebatando, como si no fuera merecedora de ella, tal vez porque… desde un principio ella no fue deseada.
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Nell nunca ha tenido una familia, al menos no de la forma en que la mayoría de las personas entienden ese concepto. Huérfana desde pequeña, ha pasado gran parte de su vida en distintos hogares de acogida y escuelas para niños sin padres.
Quizás por eso, ha desarrollado una fuerte sensación de soledad y abandono, que se ha acentuado a lo largo de los años. A pesar de sus esfuerzos por construir una vida estable y encontrar un lugar al que llamar hogar, siempre ha sentido que le falta algo, que hay un vacío en su interior que ninguna relación o logro puede llenar.
Pero nunca había sentido ese vacío con tanta intensidad como en ese momento, cuando acababa de descubrir la traición de su esposo. De repente, todo lo que había construido se desmoronaba ante sus ojos, y se encontraba sola en medio de la oscuridad, sin nadie que la acompañara en su dolor. A pesar de tener a Mabel y Spencer, niños que se convirtieron en sus hermanos, al compartir la misma situación, los tres fueron la única constante en sus vidas como niños no deseados, pero a pesar de eso, Nell no se atreve a acudir a ellos en busca de ayuda, sintiendo que no pueden comprender la profundidad de su dolor y que no quiere molestarlos con sus problemas.
Mientras caminaba por las calles desiertas de la ciudad, Nell se preguntaba si alguna vez encontraría la luz en su vida. Si alguna vez sería capaz de superar la sombra que la ha perseguido desde su niñez, y encontrar el amor y la felicidad que siempre ha anhelado.
Y, aun así, a pesar de buscar una gota de optimismo en medio de la desolación que le abruma, Nell seguía buscando una forma de quitarse la vida. Pero entonces, justo cuando estaba a punto de dar el último paso, una pequeña niña cruzó la calle frente a ella.
Al verla, Nell recordó el dolor que sintió al perder a su propio bebé y se dio cuenta de que quería salvar a esta niña a toda costa, como si se tratara de su propio hijo. En ese momento, comprendió que no podía seguir adelante con sus pensamientos suicidas, no sin antes hacer todo lo posible para proteger a esa niña, salvarla como no pudo hacer por su bebé, incluso si eso significaba poner si vida en riesgo.
Un acto de valentía, algo que la convertiría en una heroína trágica, pero para ella, era un medio para encontrar la redención y también el camino que la llevaría a encontrar paz y finalmente reunirse con su hijo no nacido.
Dejo de pensar y actuó por impulso, empujando a la pequeña, lejos del vehículo en marcha y poniéndose ella misma como el obstáculo, esperando por el impacto, que daría fin a esta agonía.
El cielo en la casa de playa era una acuarela: dorado, rosado, azul profundo. Las antorchas iluminaban la arena húmeda, y las risas flotaban como notas musicales sobre el aire cálido.Esa tarde, el sol comenzó a caer despacio sobre la casa de playa. Todo estaba decorado con guirnaldas de luces, flores blancas y una pista improvisada sobre la terraza de madera.Era el aniversario de bodas de Francesco e Isabella.Alessa llegó con un vestido azul claro que resaltaba el brillo de sus ojos, acompañada por Charly. Isabella lucía radiante con un vestido crema, el cabello suelto ondeando con la brisa marina. Francesco la observaba como si aún no pudiera creer que era suya.Los niños corrían por el jardín: Fiorella, Marcos, Alessandro, Mateo y el pequeño Leonardo, mientras Jacomo, Carter, Chiara y Aura María reían y compartían anécdotas junto a Don Marcos, sentado en su silla con un vaso de vino y una sonrisa de abuelo orgulloso.Francesco tomó a Isabella de la mano.—Hace unos años, te dije q
La madrugada en Sicilia llegó gris y fría. Una niebla espesa cubría los campos, como si la isla entera hubiese guardado silencio por respeto. En la mansión Lombardi, solo se escuchaban los pasos pausados de los hombres de seguridad y el crujir de la madera vieja bajo el peso de los años.Thiago, con la chaqueta empapada por la humedad de la noche, entró sin pedir permiso. Su rostro no tenía color. En la mano traía el informe sellado de los equipos de búsqueda.Antonio Lombardi estaba en su despacho, de pie, de espaldas, mirando la ventana empañada que daba al mar.—Don Antonio… —Thiago tragó saliva—. Lo confirmaron hace unos minutos.Antonio giró con lentitud. Sus ojos ya sabían.—No encontraron el cuerpo —dijo él, sin voz.—Solo rastros de sangre. La corriente lo arrastró, señor.El papel cayó sobre el escritorio. Pero Antonio no lo miró.Apoyó las manos sobre la madera y bajó la cabeza.Y entonces… lloró.—Era mi único hijo —murmuró con un hilo de voz—. Mi único maldito hijo.Thiago
El silencio tras la decisión fue más estruendoso que los aplausos que aún resonaban a lo lejos en el resort. El grupo se desplazó a una de las habitaciones privadas, convertida en cuartel improvisado.Francesco fue el primero en romper el silencio.—Tenemos que cambiarnos y estar listos en veinte minutos. Esto no será una charla.El tono de su voz tenía esa gravedad que presagiaba fuego.Cada uno se retiró a su respectiva habitación. Alessa caminó en automático, pero al cerrar la puerta tras ella, se apoyó contra ella un segundo… como si necesitara recordarse que aún podía respirar.Frente al espejo, se quitó el vestido negro. Su reflejo mostró algo más que piel: mostraba miedo. Decisión. Ruptura. Y una pregunta oculta en el fondo de sus ojos azules: ¿y si esta noche no regresamos?Eligió un conjunto sencillo y funcional: jeans oscuros ajustados, camiseta negra sin mangas y una chaqueta de cuero. Se recogió el cabello en una coleta alta. En su cintura, el cinturón con una funda. Sabía
Las semanas posteriores a la visita al resort transcurrieron con una extraña calma. Como si todos los involucrados supieran que algo importante se había quebrado, pero nadie se atreviera a ponerle nombre.Alessa pasaba las mañanas revisando documentos, firmando autorizaciones, dando órdenes. Aparentemente entera. Firme. Pulcra.Pero solo ella sabía que cada noche se acostaba con la falta de Salvatore aún latiendo en la piel.Se despertaba con su perfume fantasma en las sábanas. Se tocaba el cuello sin darse cuenta, buscando el roce de sus labios. Se sorprendía recordando su voz susurrándole las letras de una canción tropical, con ese acento italiano tan grave y melódico que hacía vibrar las paredes de su alma.Y, sin embargo… no lo llamó. No preguntó por él. No fue al club. No buscó su sombra.Porque no sabía si lo que más temía era verlo… o no verlo.Salvatore, por su parte, no había vuelto al resort, mucho menos al hotel, desde aquella mañana en que dejó la habitación de Alessa con
El trayecto de regreso al hotel fue envuelto por un silencio cómodo. Alessa miraba por la ventanilla, las luces de la ciudad reflejándose en sus pupilas. La brisa nocturna entraba por la ventanilla ligeramente abierta, y en el fondo del auto aún sonaba música en volumen bajo. Salsa suave, como un eco lejano de la noche vivida.Salvatore conducía sin prisa, una mano en el volante, la otra sobre la palanca de cambios, pero sus ojos la buscaban cada tanto a través del reflejo en el retrovisor. Cuando llegaron, descendieron sin hablar. Alessa subió por el ascensor, y él la acompañó hasta la puerta de su habitación.—Gracias por esta noche —susurró ella, deteniéndose frente a la puerta.—¿Ya vas a despedirme? —preguntó Salvatore.—Es tarde. —contestó ella.—Entonces solo un minuto más. —insistió él.Ella lo miró. Hubo un segundo donde el aire entre ellos se volvió denso, vibrante. Sin pedir permiso, Salvatore acercó su rostro lentamente. Sus labios se rozaron en un beso suave, casi temeros
La mañana había comenzado agitada, el calor en Sicilia comenzaba a tornarse sofocante. Era uno de esos días donde el aire se volvía espeso y los rayos del sol caían sobre la piel como caricias ardientes. Alessa llevaba el cabello recogido en una trenza y una camisa sin mangas que no lograba evitar que su espalda se empapara de sudor.Pasaba de un punto a otro del resort, revisando detalles, corrigiendo entregas, firmando autorizaciones. A su lado, Salvatore la acompañaba como una sombra confiable, sin invadir. Sus intercambios eran breves pero constantes, como una coreografía bien ensayada.—Las luces del salón principal ya están instaladas —le dijo él, pasando la mano por su nuca, húmeda por el calor—. Pero los interruptores están al revés. Izquierda enciende la derecha y viceversa.—Perfecto —suspiró Alessa, girando los ojos—. Añádelo a la lista de cosas absurdas que debo corregir hoy.Él sonrió.—Está creciendo rápido esa lista. Vas a necesitar una botella de vino… o dos.Ella se g





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