Joaquín
Estaba a dos segundos de prender el auto e ir hasta la casa de Felipe.
Iba a estrangularlo por haberse metido en mis asuntos. Pero justo ese momento, la puerta de la casa de Camila se abrió y la vi salir.
Se quedó en la entrada, buscando mi auto con la mirada hasta que nuestros ojos se encontraron. O quizá solo vio mi coche, ya que los vidrios polarizados no le permitían ver el interior. Levantó una mano y me hizo una seña para que me acercara.
¡Maldita sea! Quería llorar de felicidad solo porque me estaba mirando, porque todavía quería hablar conmigo. Sentí cómo mi corazón se aceleraba, y después de esos minutos eternos, pude volver a respirar con normalidad.
No dudé ni una fracción de segundo. Salí disparado del auto como si mi vida dependiera de ello, cerrando la puerta de un portazo y tropezando con la acera.
Llegué a la puerta casi jadeando, aunque intenté disimularlo. Camila se dio la vuelta sin decir nada, entrando a la casa, y yo la seguí como un cachorro bien entre