Joaquín
Llegamos al colegio y estacioné frente a la entrada principal, deteniendo el auto justo donde Camila pudiera bajar rápido.
Todavía podía notar la tensión en sus hombros, el temblor en sus manos, pero cuando la miré, intenté darle una sonrisa que la tranquilizara.
—Anda, baja. Yo estaciono y te sigo —le dije, tratando de transmitirle calma.
Ella asintió, dándome una pequeña sonrisa que parecía esconder un agradecimiento y, a la vez, esa ansiedad que seguía ahí.
Salió del auto y caminó hacía el edificio. La vi alejarse, y un extraño instinto de protección se activó en mí. Por mucho que ella quisiera mostrarse fuerte, sabía que en este momento estaba preocupada de verdad.
Conduje un poco más adelante y encontré un espacio libre para estacionar. Apagué el motor y me quedé unos segundos mirando el edificio.
Este colegio era familiar para mí. Era el mismo colegio en el que yo había estudiado. Conocía cada rincón, cada pasillo. Recordaba cómo solían verse los patios en los recreos, y