El escándalo había estallado como una bomba de humo. Los titulares no dejaban espacio para dudas: “El magnate Nicolás Lancaster sorprendido con su asistente en actitud comprometedora”.
Una foto congelada, un ángulo exacto, y el mundo entero parecía haber decidido ya el final de una historia que apenas comenzaba.
En algún rincón de la ciudad, entre paredes de mármol y perfume caro, Tatiana Renaldi sostenía el teléfono con una sonrisa torcida. La foto había sido un éxito. El caos estaba servido, y eso le producía un placer venenoso.
Marcó con lentitud, deleitándose en la idea de la tormenta que caería sobre Hellen.
—Vaya, vaya —saludó con voz melosa apenas Hellen respondió—. Supongo que ya viste los portales de noticias, querida.
Silencio al otro lado de la línea.
—¿Estás bien? —añadió fingiendo compasión—. Debe ser difícil ver cómo tu esposo se pasea con otra mujer mientras tú lo esperas como una esposa fiel.
La voz de Hellen se oyó firme, aunque cargada de un cansancio que solo algui