Esa mañana, la mansión Lancaster amaneció con una extraña calma. A pesar de las noticias que seguían circulando por redes sociales, en la casa todo parecía en pausa, como si aguardaran el siguiente movimiento.
Katerin, sin embargo, no pensaba quedarse quieta.
Había pasado gran parte de la noche cavilando. Su plan no estaba muerto, pero sí debilitado. Necesitaba tomar el control de la narrativa y, para eso, debía enfrentarse directamente a quien representaba su mayor obstáculo: Hellen.
No había sido invitada, pero eso no le importaba. Se vistió con un atuendo sutil pero favorecedor, se maquilló con discreción y eligió unos tacones medianos. Miró el reloj. Ya era tarde para una visita común, pero justo a tiempo para parecer “espontánea”.
Tocó el timbre con suavidad, fingiendo una humildad que no sentía.
Minutos después, la puerta se abrió.
Allí estaba Hellen, vestida con un suéter holgado y pantalones de algodón. Su vientre redondeado era imposible de ignorar. Katerin no pudo evitar cla