El sol caía implacable sobre el césped perfectamente cortado del club de golf más exclusivo de la ciudad. Hombres de trajes caros, relojes brillantes y sonrisas medidas caminaban con seguridad entre risas falsas, tragos helados y contratos en camino de ser firmados.
Julio Flores no era un fanático del golf, pero sabía moverse en esos círculos. Vestía bien, hablaba poco y observaba mucho. Esa tarde había ido por conveniencia… no por deporte.
Y fue entonces, mientras esperaba su bebida junto a la barra al aire libre, que la vio acercarse.
Tatiana.
El aire pareció enrarecerse.
Vestía de blanco, con un conjunto de dos piezas que resaltaba su figura de modelo y una sonrisa como cuchilla bajo la piel. Llevaba gafas oscuras, pero cuando se las bajó un poco con los dedos, los ojos que se asomaron eran pura malicia contenida.
—Vaya, vaya… ¿quién diría que el señor Flores también se pasea por aquí?
Julio alzó una ceja, sin inmutarse.
—Tatiana —respondió seco, dando un sorbo a su copa sin quitar