Nicolás regresó a la mansión con un ramo de flores frescas entre las manos. Subió las escaleras sin hacer ruido, guiado por el suave murmullo del viento que entraba por los ventanales abiertos. Al llegar al balcón, la vio. Estaba sentada, leyendo un libro, vestida con un ajustado vestido que delineaba cada curva como si hubiera sido diseñado para ella.
Se detuvo un segundo solo para contemplarla. Esa mujer... era su paz y su tormenta.
—Para ti —murmuró, extendiéndole el ramo.
Hellen alzó la mirada y sonrió con dulzura. Se levantó despacio, se acercó a él y besó sus labios. Un beso suave al principio, que se tornó profundo en cuestión de segundos. Nicolás la sostuvo de la cintura, sin querer soltarla.
—No comas ansias —susurró ella cerca de su oído, rozándolo con sus labios—. Será una noche larga.
Una sonrisa traviesa se dibujó en el rostro de Nicolás. La vio caminar con sensualidad hasta colocar las flores en un jarrón de cristal. Era hipnotizante. Su esposa no tenía idea del efecto q