Hellen se encontraba sentada en una de las sillas del balcón, con una manta cubriéndole las piernas y una taza de té caliente sobre la mesita redonda a su lado. El viento jugaba suavemente con su cabello, y el sonido del lago cercano le transmitía una paz que no sentía desde hacía días. Tenía entre las manos una revista de moda, la ojeaba con atención, tratando de distraerse. Sin embargo, su mente estaba alerta, como si esperara que algo interrumpiera ese momento de tranquilidad.
Y así fue.
Su celular vibró con insistencia sobre la mesa, iluminando la pantalla. Al ver el nombre que aparecía, una sonrisa helada se asomó en sus labios. Al parecer, había provocado a un enjambre de abejas.
—Ahora lo presumes —dijo una voz familiar, grave y cargada de resentimiento al otro lado de la línea—. Te recuerdo que era mío.
Hellen apretó los labios, cerrando la revista con una palmada suave.
—Tiempo pasado. Supéralo —respondió con frialdad.
—Debiste morir —espetó Julio, con odio puro en su voz.
El