Los días pasaron lentamente, pero no en calma. Aquel lunes por la mañana, Hellen regresó a la ciudad. El vuelo privado había aterrizado sin contratiempos, y apenas bajó del avión, una ola de reporteros los rodeó. Flashes, micrófonos, y gritos buscando declaraciones llenaron el ambiente con una energía tensa.
Su esposo, siempre con ese porte imponente, se colocó frente a ella y habló con la prensa sin perder la compostura.
—Lo que está ocurriendo no es más que un intento desesperado de sabotaje hacia nuestra empresa —declaró con firmeza—. Pero no lo vamos a permitir. Las acciones legales ya están en camino.
Esa afirmación generó una ola de preguntas, pero Hellen, impasible, caminó con total tranquilidad hacia el coche blindado. Subió con elegancia, seguida de su esposo, mientras los trillizos reían y aplaudían dentro del vehículo, como si el caos mediático fuera solo un espectáculo más. Parecían disfrutar del viaje, ignorando la tensión que flotaba en el aire.
Horas después, ya en la e