El diario golpeó el suelo con un crujido seco.
Marcel caminaba de un lado a otro en su despacho, sus pasos retumbaban como un presagio. La portada del periódico era un insulto en tinta negra: "Hellen y Nicolás disfrutan del paraíso con sus trillizos: ¿Cómo si no pasara nada malo a su alrededor?".
La fotografía era peor que mil palabras.
Hellen llevaba gafas oscuras, el cabello suelto, la piel dorada por el sol. Se aferraba a la mano de Nicolás, quien sonreía como si todo estuviera marchando a la perfección. Detrás de ellos, las niñeras empujaban los cochecitos de los bebés, completando el cuadro familiar perfecto.
—¿Acaso el escándalo no era suficiente? —murmuró entre dientes.
La rabia era un veneno que le subía por la garganta.
A unas calles de distancia, en una discreta cafetería, Julio observaba la misma imagen en su tableta. Frunció los labios con visible irritación. Todo estaba saliendo mal. Cada uno de sus planes se desmoronaba, como si una fuerza invisible se burlara de él.
Kat