Marcel se puso de pie, incrédulo, con el rostro descompuesto por la rabia y el miedo. En la pantalla de su computadora, los documentos que detallaban sus transacciones ilícitas, sobornos y acuerdos ilegales estaban siendo filtrados. Todo quedaba al descubierto. Su mundo, construido sobre mentiras y corrupción, comenzaba a desmoronarse.
—¡Maldito Nicolás! ¡Imbécil! —gritó con furia, lanzando la taza de café contra la pared.
No tenía otro enemigo tan letal como ese hombre. Nicolás no solo era astuto, también sabía golpear donde más dolía, y esta vez había logrado hacerle pagar con la misma moneda. El celular de Marcel comenzó a sonar sin cesar. Eran inversionistas, directores y miembros del consejo, todos desesperados por respuestas. Pero él no pensaba contestar, no todavía. Primero hablaría con su asesor legal. En ese estado de caos, una conferencia de prensa solo sería un suicidio mediático.
Sus manos temblaban. Si no actuaba con rapidez, su empresa podría terminar en bancarrota. Lo qu