La noche era espesa y cargada de tensión. La mansión Lancaster se mantenía en silencio, pero dentro del despacho principal, la atmósfera era distinta. La empleada, nerviosa pero calculadora, se acercó a su jefe con una nota en la mano. Nicolás se había quitado la chaqueta y aflojado el nudo de la corbata. Al verla entrar, la miró con el ceño fruncido.
—Señor Lancaster... —dijo la joven secretaria con tono sumiso, aunque sus ojos destilaban fuego. Estiró el brazo y colocó la tarjeta frente a él—. Esto venía con el pastel que enviaron ayer. Su esposa lo tiró antes de que yo pudiera intervenir, pero logré recuperar esto.
Nicolás alzó la vista lentamente, tomando la pequeña tarjeta entre sus dedos. La leyó en silencio. No necesitó decir nada. Su mandíbula se tensó, sus ojos oscuros destellaron con furia.
Tatiana.
No necesitaba pruebas para saber que era una jugada sucia.
Pero Nicolás era un hombre que no actuaba en la ira inmediata. Guardó la nota en el bolsillo de su chaqueta, se levantó