Tatiana azotó la puerta del estudio de Marcel con tal fuerza que los cristales temblaron. Su rostro, impecablemente maquillado, estaba distorsionado por la ira. El abrigo cayó de sus hombros como si fuera una carga innecesaria y se plantó frente a su marido, con los ojos chispeando furia.
—¡No pienso permitirlo, Marcel! —espetó, temblando de rabia—. Esa... esa estúpida me humilló frente a todo el maldito lugar, y tu enemigo me amenazó como si yo fuera basura. ¿¡Y tú vas a quedarte ahí sentado como si nada!?
Marcel la observó desde su sillón, con el ceño fruncido, dejando el whisky sobre la mesa con calma.
—Tatiana, cálmate. Estás exagerando.
—¿Exagerando? ¿¡En serio!? —soltó una risa amarga, casi histérica—. Nicolás Lancaster me miró como si fuera una alimaña. Y luego apareció esa tal Cecilia, la mosquita muerta con alma de víbora, para "defender" a su amiga. ¡Me están cercando, Marcel! ¿No lo ves?
Él suspiró, frotándose el puente de la nariz.
—Lo que veo es que estás buscando ple