Capítulo 46

—El hombre —el sicario vestido de negro lo interrumpió, un poco molesto, cortando el tono condescendiente del anciano con voz dura—. El problema fue el hombre con el que estaba.

Se inclinó sobre la mesa, bajando la voz, pero aumentando la intensidad. —Sacó de su bolsillo un arma —dijo, haciendo una pausa dramática—. Y nos disparó. —Enfatizó la última palabra con dureza, golpeando ligeramente la mesa con el dedo índice. —No era un civil asustado. Ese tipo sabía tirar. Nos devolvió el fuego con precisión. Tuvimos que replegarnos o hubiéramos acabado muertos en la arena.

El señor de las canas no se inmutó. Ni siquiera parpadeó. Se recostó en la silla de madera con un gesto de profunda decepción, como si le hubieran servido un plato frío.

—Creí que había contratado a profesionales —murmuró con desdén, alisando una arruga invisible en su traje—, y no a gallinas que salen corriendo al primer estruendo.

El hombre vestido de negro relajó los hombros, soltando un suspiro que mezclaba frustraci
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