La tarde se había escurrido entre las sábanas mientras yo permanecía sumida en un sueño profundo y sin sueños, una desconexión necesaria que mi cuerpo exigía a gritos.
Me desperté sintiéndome abrumada, con una pesadez en los huesos que iba más allá del cansancio físico. Me sentía deprimida, agotada emocionalmente. Mi mente, incluso dormida, parecía no haber dejado de procesar las imágenes de la playa: el sonido seco de los disparos, la arena salpicando, la sensación de la muerte rozándome la nuca.
Y Damián. Sobre todo Damián. La imagen de él sacando un arma de su bolsillo con esa fluidez letal, la forma en que su postura cambió de "novio protector" a "soldado entrenado", me asustaba. Aquello no era lo que yo había imaginado cuando acepté este juego. No era un simple empresario rico; era algo mucho más oscuro.
Pero ya había dado mi palabra. No podía echarme para atrás. Mis ojos volvieron a abrirse del todo cuando un olor bastante agradable se coló por debajo de la puerta. Olía a especi