Era la quinta manada que Kael visitaba, y en ninguna había encontrado noticias de Lyra. Era como si la tierra se la hubiera tragado o, quizás, estuviera muy bien escondida, rehusándose a dejarse encontrar.
Con el corazón hecho pedazos y las esperanzas por el suelo, decidió que era hora de volver a la manada. Los miembros lo necesitaban, y no podía seguir ausentándose por más tiempo.
Regresó al edificio de Rose. Mientras Samuel y Sofía preparaban las maletas, Kael intentaba convencerla de que debía acompañarlos.
—¿Y si Lyra regresa y no me encuentra en la ciudad? ¿Qué va a hacer mi pobre muchacha? —Rose buscaba cualquier excusa para quedarse.
Pero Kael ya empacaba sus pertenencias más importantes.
—Dejaremos una nota, Rose. Estás muy enferma y no puedo dejarte sola en este departamento. No confío en la enfermera que te cuida, así que te vienes conmigo, no tienes opción de decir que no.
Rose se quedó en silencio por un momento. Ya había contratado a un administrador para que se encargar