Era la quinta vez que Kael tocaba la pantalla de su teléfono, configurado con accesibilidad para personas ciegas. La voz mecánica le anunció la hora, ya habían pasado más de treinta y cinco minutos desde que Lyra solía regresar a casa. Su aroma aún no aparecía.
Sexta vez. Cuarenta minutos, se levantó de la cama de un salto.
Normalmente, cuando ella llegaba del trabajo, lo encontraba dormido, más bien, él fingía estarlo para evitar preguntas. En realidad, solo podía dormir cuando sentía su aroma cerca, sus ojos solamente descansaban cuando ella se acostaba a su lado.
Sus pensamientos esa noche eran oscuros, lo apretaban por dentro. Tal vez eran celos, tal vez rabia. No lo sabía con certeza, pero le quitaban el aire.
—Debe estar molesta porque eché a su pretendiente —murmuró, tenso—. ¿Cómo puede dejar a un Alfa como yo por un simple humano?
Se calzó los zapatos. Estaba decidido a buscarla, no iba a permitir que su Omega se acercara a alguien como él.
—No creo que Lyra haya sido tan fals