El salón privado de la mansión Blackwood está en silencio.
Las cortinas pesadas apenas dejan pasar la luz de la tarde, tiñendo la habitación de un tono ámbar que le da un aire solemne, casi de conspiración.
Aspen está sentada en un sillón de cuero, su espalda recta, las piernas cruzadas con elegancia.
Frente a ella, los padres de Sawyer, Margaret y William, observan en silencio.
Ambos tienen el porte de quienes están acostumbrados a que se les obedezca, pero Aspen no se amilana.
Ella ha venido preparada para convencerlos de que su causa es la correcta.
—Quiero asegurarme de que entiende lo que está en juego, Aspen —dice Margaret finalmente, su tono bajo pero firme—. Si vamos a involucrarnos de lleno en este proceso, necesitamos garantías de que tenemos posibilidades de ganar.
Aspen asiente despacio, con la seguridad de quien ya calculó cada movimiento de la partida.
—Las tienen —responde con voz suave, pero cargada de convicción—. No estaría aquí si no estuviera segura de que pue