Salir del baño fue como despertar de un sueño prohibido.
Lucy todavía sentía las piernas temblarle y el rubor extendido por las mejillas cuando Sawyer le tomó la mano y la guió por el pasillo desierto.
La suerte parecía estar de su lado: no había nadie a la vista. Ni una enfermera, ni un médico, ni un residente perdido. Solo ellos y el eco de su respiración agitada.
—¿Te das cuenta de lo que acabamos de hacer? —murmura Lucy, más para sí misma que para él.
—Claro que sí. Y volvería a hacerlo —contesta Sawyer con esa sonrisa que la desarma por completo.
Ella suspira, pero su sonrisa se desvanece tan rápido como había aparecido. Una punzada de culpa atraviesa su pecho.
—Soy una madre terrible —susurra de repente, apartando la mano de Sawyer.
—¿Qué? —él frunce el ceño.
—Me olvidé del cumpleaños de Erzon. Le prometí una fiesta y ni siquiera lo recordé. ¿Qué clase de madre voy a ser si no puedo ni cumplir con un niño enfermo?
Sawyer la toma del rostro con ambas manos y la obliga a mirarlo