Lucy estaba sentada en la sala de espera, con las piernas encogidas en el asiento y la chaqueta que alguien le había dejado envuelta alrededor de sus hombros.
El aire acondicionado del hospital le calaba hasta los huesos y el frío de la madrugada parecía filtrarse por las paredes.
La sensación era casi irreal: el zumbido constante de las lámparas fluorescentes, el olor a antiséptico, el sonido lejano de pasos y puertas abriéndose y cerrándose en otras salas.
Todo parecía distante, como si el mundo siguiera su curso mientras ella estaba atrapada en un instante que se repetía una y otra vez en su mente: Sawyer sangrando en la carretera, su cuerpo desplomándose, su voz apagándose hasta convertirse en un susurro.
Poppy estaba en su regazo, con el cabello enredado y los ojos grandes, aún húmedos por las lágrimas.
La niña no había querido despegarse de ella desde que la sacaron de la escena del accidente.
Lucy la sostenía contra su pecho como si de esa manera pudiera protegerla de todo